Cuadernos de un aviador inquieto

AMAZINANTE EDICIONES

Hoy ha caído un avión

Vista delantera de un PZL-Mielec M-18 Dromader

Hoy yo no he volado. Tenía el día libre, pero al vernos por la noche para salir a cenar, un par de pilotos me han comentado que en el incendio en el que estaban trabajando esta tarde, se ha estrellado un avión y ha muerto el piloto. Como en todos estos casos la información inmediata es confusa e imprecisa. Lo primero que les han dicho es que el piloto había conseguido salir del avión, que había caído en medio del incendio y que necesitaba ayuda inmediata pues estaba rodeado por las llamas. El coordinador de extinción ha intentado dirigir a todos los medios aéreos a la zona en concreto, pero ha debido ser una tarea muy compleja. Las comunicaciones vía radio solicitando las coordenadas exactas del punto de impacto se sucedían en frecuencia sin que nadie fuese capaz de confirmar nada a ciencia cierta.

Al poco tiempo parece que esa información inicial ha perdido fuerza. Ahora dudaban de que el piloto hubiera salido del avión. El punto de impacto quedó arrollado por el incendio en pocos minutos y hasta pasadas varias horas, y ya estando en el suelo, mis compañeros no han sabido, al parecer ya con seguridad, que efectivamente el piloto ha fallecido. Una desgracia que no nos es del todo lejana. En este negocio y a pesar de las inmensas y crecientes medidas de seguridad, casi todos los años algún compañero cae intentando apagar un incendio forestal. De hecho, antes de ayer, en la provincia de Albacete, dos helicópteros que trabajaban en la extinción de un fuego, colisionaron en vuelo. Las dos maquinas quedaron destrozadas, y uno de los pilotos perdió la vida. Así que van dos caídos en menos de cuarenta y ocho horas. DEP.

2 octubre 2011

La elegancia del sistema

Hace un par de meses estaba comiendo con unos amigos cuando uno de ellos comentó que había empezado a diseñar sitios web. Prácticamente de la nada nació en mi una gran curiosidad, así que nos pusimos a hablar del tema y acordamos que me pasaría unos vídeo tutoriales al respecto. Al poco más de un mes de esa conversación, publiqué este sitio web.

Lo primero que me sorprendió al introducirme en este mundo es la elegancia del sistema actual. Me explico: Al parecer originalmente tu diseñabas la pagina web teniendo en cuenta desde el principio el aspecto de la misma. En el mismo código que contenía la información como tal (texto, imágenes, tablas, etc), iba incluida la apariencia de la misma (la ubicación, los colores, el tamaño, etc). Esto hacía que modificar una página web fuese bastante laborioso, pues cada vez que tocabas la información contenida en la misma, debías modificar y adaptar la presentación y la apariencia.

Hoy en día, todos los navegadores modernos (Firefox, Chrome, Explorer, etc) son capaces de interpretar lo que llamamos Hojas de Estilo en Cascada (CSS). Este elegante sistema permite separar totalmente la información pura y dura que contiene una web y el como esa información se va a presentar en pantalla.

La elegancia oriental en el siglo XXI

El desarrollador web tiene así que dividir su atención y separar su trabajo: en un archivo .html escribimos el código que contendrá la información a publicar, y en otro archivo .css totalmente independiente, escribimos el código que dirá al navegador como debe presentar en pantalla la información escrita en el primer archivo .html.

A primera vista parece algo más complicado, pero no lo es. Al contrario. Ahora mismo yo puedo dedicarme a escribir decenas, centenares de archivos .html codificando información ¡sin tener que preocuparme por su aspecto! Pues con un único archivo .css soy capaz de dar formato de manera limpia y ordenada a cada una de páginas previamente escritas.

Esto también permite cambiar el aspecto de un sitio web con mucha facilidad. De esta manera podemos adaptarlo a nuevos gustos, estilos, estados de animo, o en definitiva, a lo que queramos, de una manera infinitamente más cómoda que con el sistema original. O también podemos hacer algo que esta muy de moda últimamente: cambiar la presentación de nuestra página web para que se adapte al dispositivo desde el que la estamos visitando, ya sea este un ordenador, un televisor, una tableta o un teléfono móvil.

Un buen ejemplo de todo esto es el sitio CSS Zen Garden, diseñado única y exclusivamente para demostrar la elegancia y utilidad del sistema. Navegando por la página, podemos ver la misma información, presentada de multitud de maneras diferentes, cada una de ellas ideada por un diseñador diferente.

26 septiembre 2011

Volar en el 43 Grupo

Un más que impresionante relato que refleja a la perfección lo que muchos de nosotros sentimos al volar este avión.

Escrito por el Teniente JLR, Piloto de Complemento de la unidad, con siete años de experiencia en el avión, publicado en la Revista de Aeronáutica y Astronáutica, y reproducido aquí con el permiso del autor.

Creo que fue durante un incendio en Cerro Muriano, no lo recuerdo exactamente. Lo que es seguro es que era mi primera campaña. El área incendiada no era especialmente grande, pero la columna principal de humo tenía un aspecto muy denso. Como segundo de a bordo me encargaba entonces de manejar las palancas de potencia durante la descarga de agua. Picamos para entrar en el eje de pasada y oí abrirse las compuertas mientras continuaba concentrado en mi anemómetro para mantener 115 nudos. Todo normal, nada parecía presagiar lo que sucedería a continuación. Dos fuertes detonaciones sonaron consecutivamente. El anemómetro empezó a descender y las agujas de los motores cayeron en picado, todas a la vez. Miré hacia afuera y simplemente no vi nada, sólo un manto negro y espeso que apenas dejaba pasar la luz; era el humo del incendio, cubriendo por completo los cristales. El ruido de los motores cesó y dejó paso a un silbido que jamás había oído antes. Era el sonido del avión cortando el aire. Estábamos planeando. El olor a madera quemada se percibía con intensidad. Súbitamente la luz inundó la cabina y al instante los motores cobraron vida, las agujas salieron disparadas a sus marcaciones habituales y el silbido se desvaneció. Recuerdo que miré a mi primero mientras se afanaba en salir de aquella ratonera, me encantaría saber qué cara puse. -Ahora ya sabes por qué se vuela con la ignición encendida-, me dijo. Me encogí de hombros, arqueé mis cejas y pensé, -bueno, esto debe ser normal-. Con el tiempo me di cuenta que aquella experiencia, vivida tan plácidamente desde la ignorancia, representó uno de los momentos de mayor riesgo de mi carrera aeronáutica. Aún pasó algo más de tiempo para averiguar que sólo era el primero de los que estaban por venir. Después de aquella campaña podía decir en definitiva que mi sueño estaba cumplido, pertenecía al 43 Grupo, y cómo no, su particular vuelo me daba la bienvenida. Supongo que no debería haberme cogido por sorpresa, ya me habían dicho que aquí, el que más o el que menos, "ha tenido algún susto", aunque supongo que uno no termina nunca de hacerse del todo a la idea.

Dos hidroaviones parando motores al anochecer en la Base Aérea de Zaragoza

Tenía 10 años cuando pasé de querer ser policía, porque era mejor que ser ladrón, según argumentaba de pequeño, a ser piloto. Como otros niños soñaba con ejercer profesiones llamativas. Por aquel entonces me imaginaba llevando un gran avión de pasajeros, cruzando el mundo de una punta a otra. Afortunadamente los años que siguieron me acompañaron para alejarme de aquella idea y traerme a esta Unidad. Yo lo que quería en definitiva era volar, y de otro modo es posible que no hubiese sabido nunca lo que eso significa. Tal vez hubiese aprendido a teclear instrucciones en una máquina que se comunica con otra para ordenar a un avión de dónde a dónde ir, es posible que con el tiempo hubiese cruzado el Atlántico varias veces al mes, sí, pero desde luego no conocería los peligros que encierra tirarse por un valle, siempre por debajo de 1000 pies sobre el terreno, hacer 50 maniobras de aterrizaje y despegue y otras 50 aproximaciones frustradas en cuatro horas, no sabría en definitiva cuán excitante, arriesgado, espectacular, gratificante, también extenuante, puede ser un vuelo. Desde luego estaría muy lejos de sentir que esa máquina es una extensión de mi cuerpo, una especie de prótesis que permite multiplicar mis movimientos para moverme flotando a través del aire, empujado por 5.000 caballos. Jamás conocería la indescriptible sensación de llegar a unos montes nunca vistos, ver el agua allí abajo, encerrada en el fondo del valle, y poner todos mis sentidos para tratar de intuir qué maniobra es la menos peligrosa para que un avión tan grande (unos 10 metros de alto por 20 de largo por 30 de envergadura) pueda entrar en el último sitio donde alguien construiría un aeropuerto. Nunca me habría enfrentado a la terrible pregunta de si se puede hacer o no, ni a la amenaza que supone equivocarse. Jamás tendría que pasar por debajo de un tendido eléctrico, ni sortear el árbol que estorba para entrar de nuevo en senda. No conocería qué se siente cuando se toca el agua con un avión, ni tendría que cruzar los dedos para que no haya ninguna zona de baja profundidad mientras hacemos una curva para acompañar la forma del valle. No sentiría el alivio de salir de allí de nuevo, en un rumbo de despegue distinto al de aterrizaje, habiendo arrancado a la corriente su preciado tesoro, esa carga de incalculable valor que otras personas, no muy lejos de allí, esperan como nunca ver caer mientras las llamas devoran la tierra que en muchas ocasiones les vio nacer.

A menos que alguien pase por ello, jamás sabremos lo que significa oír desde tierra cómo el crepitar de las llamas, y la letanía de lamentos de aquellos que se esfuerzan en apagarlas, son ahogados paulatinamente por el sonido de nuestros motores para ver cómo de un cielo carente de nubes aparece una descarga de lluvia, justo en el lugar preciso, justo en el momento oportuno, y contribuir con ello a frenar el inexorable avance del fuego, esa lava imparable que destruye el pinar donde otros jugaban de pequeños, que amenaza la vida y riqueza natural de una comarca. El impresionante vuelo de esta Unidad queda reforzado por el desarrollo de una misión incomparable. Ayudar a otros que demandan ayuda, salvar un entorno que tardó décadas en desarrollarse, proteger la vida mientras haces lo que más te gusta ¿qué más se puede ofrecer a alguien con vocación aeronáutica? Confieso que a veces no somos conscientes de la importancia de nuestra labor, del deseo infinito que aguarda nuestra llegada. Quizá las vitrinas de la Unidad, repletas de placas, condecoraciones, medallas y reconocimientos sirvan a todos nosotros para dar idea de la gratitud sin medida que encierran entre sus cristales. El año pasado se colocaron otras dos.

En verdad el vuelo aquí es simplemente espectacular. Supongo que esto ha hecho que tradicionalmente haya existido cierta rivalidad entre los pilotos del 43 Grupo y los de caza. Supongo que esto explica que los colegios visiten el Ala 12 y el 43 Grupo cuando vienen a Torrejón y que las mayores colas en las jornadas de puertas abiertas se repartan entre nuestros aviones y los de caza. En enero de 2009, tras el formidable amerizaje del Airbus A320 de US Airways en el río Hudson, la noticia era comentada por todos nosotros a través del correo electrónico. Algún compañero de promoción aprovechó entonces la ocasión para hacer sonar de nuevo las espadas: -Bueno, habéis visto ¿no? tenía que ser un antiguo piloto de caza el que pudiese solucionar esa emergencia y amerizar en el Río Hudson-. La respuesta de uno de nuestros compañeros no pudo ser mejor: -Si hubiese sido del 43 no hubiese declarado emergencia-. Yo mismo, durante algún tiempo me pregunté si hubiese sido más emocionante pilotar un caza. Casualmente, este invierno, cuando ya tenía la pregunta olvidada, vino a mí por sí sola la respuesta. Como puede leerse en este mismo dossier, cuatro aviones del 43 Grupo participaron en las labores de extinción del Monte Carmelo, al oeste de Haifa, en Israel. Como el control en la zona de actuación era en hebreo, cada una de las tripulaciones fue acompañada por un piloto de la Fuerza Aérea Israelí. Eran pilotos de F-15, curtidos como pocos en decenas de misiones reales. Habían sido comisionados para subir en cabina y ayudar a las tripulaciones con las comunicaciones si era necesario. Al bajar del primer periodo uno de ellos dijo: -este ha sido sin duda el vuelo más espectacular de mi vida-. Por la tarde todo el mundo quería hacer ese servicio.

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Aquí todavía se hace un vuelo artesanal, se respira la inefable aventura de volar, se siente la incertidumbre que impone la posibilidad de tener que enfrentarse a incontroladas variables en escenarios desconocidos. Desde luego, si alguien quiere evitar posibles sustos es mejor que no venga al 43 Grupo, pero si lo que busca es vivir intensamente el vuelo y tener historias que contar a sus nietos, en poco tiempo compilará unas cuantas. Dicen que la mayoría de los accidentes en aviación suceden cuando la aeronave está cerca del suelo. La última vez que pude comprobarlo fue no hace mucho tiempo. Sucedió en el embalse de Belesar, cerca de Portomarín, donde sin saberlo nos esperaba uno de los grandes enemigos que amenaza continuamente el vuelo del piloto contraincendios. Mientras cogíamos de nuevo altura sobre el agua, un resplandor azul, a decir verdad precioso, inundó la cabina. El avión perdió velocidad y describió un movimiento extraño. Habíamos impactado con una triple línea eléctrica. Supongo que si algún escéptico no creía lo ocurrido y cómo pudimos salir de aquella, pudo dar fe al vernos aterrizar de nuevo en Santiago con 400 metros de cable enganchados en la punta del plano derecho. Más tarde supe que parte de la línea arrancada cayó a tierracerca del lugar del impacto, dejando cortada la carretera de Pedrafita hasta que la maraña de metal pudo ser retirada por la compañía eléctrica. Pido disculpas desde estas líneas por los inconvenientes que pudo ocasionar a otras personas aquel suceso, en particular a los 2.000 abonados que quedaron sin energía eléctrica durante unas horas.

Es inevitable, pero todos sabemos que algún día dejaremos esta Unidad, lo que básicamente es lo mismo que decir que dejaremos de sentir el vuelo. Recordaremos entonces espectaculares picados por profundos valles, entre llamas dantescas y columnas de humo de centenares de metros. Quedará en nuestra retina cómo la sombra de nuestro propio avión, tan cercana, parecía querer continuamente hermanarse de nuevo con él. Asumiendo el atrevimiento de versionar a Machado, dejaremos de sentir que "son tierras para el botijo un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín". Quizá sea mejor no pensarlo, pero alguna mañana, el nombre de cada uno de los que hoy formamos el 43 Grupo no será de nuevo pronunciado durante la lectura del Plan de Vuelo de la Unidad. Como a otros pilotos que tuvieron el placer de volar "el botijo", nos quedará entonces la íntima satisfacción del deber cumplido, la certeza de haber salvado vidas, de conservar nuestro entorno, de haber contribuido en definitiva a la felicidad de aquellos que nos necesitaban cuando nos necesitaban. Habremos perdido la cuenta del número de misiones en las que hemos participado, misiones reales, gratificantes como pocas. Seguirá en nuestra memoria un vuelo incomparable. El vuelo del 43 Grupo. Ese día puede que sigamos siendo pilotos de algún otro avión, pero algo es seguro, en el fondo habremos dejado de volar.

24 septiembre 2011

La noche en negro

Hoy es viernes, y tras haber tenido que cancelar en el último momento un viaje al norte con unos cuantos amigos para hacer surf en el Cantábrico, me apunto al plan B. A veces en esta vida las cosas cuadran solas, simplemente dejándolas fluir. La verdad es que no quería perderme "La Noche En Negro", una quedada internacional de "longboarders" que tiene lugar en Madrid a lo largo de este mismo fin de semana. Y lo dicho, mira por donde, al final voy a poder asistir. Eso sí, la escapadita al norte, queda pendiente, y en breve la retomaremos, pues nunca hay que dejar escapar tres o cuatro días de buen surf en compañía de unos amigos.

Otro vídeo de Juan Rayos. Que buen gusto colega. Me encanta.

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23 septiembre 2011

Ice Pilots

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Hace poco y por casualidad, me enteré de la existencia de esta serie de documentales, y hoy acabo de ver el primero. Muy interesante. Aunque el vuelo de transporte hoy en día no es en absoluto el más divertido que hay, este en particular tiene sin duda alguna ese aroma romántico que la aviación comercial moderna ha perdido por completo. No solo el hecho de volar aviones muy antiguos, DC3s, C46s, DC4s, diseñados y construidos en los años treinta del siglo pasado, sino la adversidad del entorno, el frio, el sacrificio personal, el trabajo duro, el trabajo en equipo.

Solo una panda de tarados disfrutaría trabajando ahí, trabajando así. ¡Me encanta!

21 septiembre 2011

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