Cuadernos de un aviador inquieto

AMAZINANTE EDICIONES

Impresiones

Hoy contra todo pronostico me he levantado y al asomarme a la ventana he visto las olas romper con fuerza contra las rocas. Buena señal, pero no me hago ilusiones. Desayuno con calma, hago la cama y vuelvo a echar un vistazo por la ventana. Siguen rompiendo. Voy a investigar... Mientras me acerco a la playa el pulso se me acelera, como siempre, y ese cosquilleo inconfundible invade mi estomago. Las olas rompen de manera ordenada en el norte de la pequeña bahía, cosa rara, pues normalmente la zona buena es la sur. Hoy el mar esta extraño. Mar a dentro no se ven borregos de viento. Tampoco se aprecia una dirección definida. Lo que esta claro es que en el norte esta rompiendo, y que no se cuanto tiempo durará.

Hoy es domingo, probablemente mi último día de mar de estas vacaciones invernales, pues aunque aun me quedan tres días, he de volver a Madrid. Han sido quince días bastante completos. Cuatro de nieve, un par de días familiares y de los nueve restantes, seis han sido de surf. Seis de nueve. El Mediterráneo español no es Hawaii, ni si quiera es el Cantábrico, pero el que no hace surf, es por que no quiere.

El miércoles fue un buen día. El gran miércoles, pensé. La previsión era aceptablemente buena para la zona, y no falló. Mar del noroeste y viento constante de tierra. Off-shore, diría alguno. Series limpias de poco más de un metro. Era mi tercer día sobre una tabla, así que no podía pedir mas. Ese día descubrí dos nuevas sensaciones. La primera me pareció sobrecogedora en ese momento, al adentrarme en el mar remando, nada más pasar el punto de rompiente, y ver el reflejo del sol en las colinas de agua que se formaban delante de mi, a mi derecha. Ver pasar esas olas, sentir como te levantan amablemente y te vuelven a depositar con suavidad, intentando disimular su potencia, para descargarla de golpe unos metros más allá, en la rompiente, es una sensación indescriptible. Sobrecogedora.

La segunda fue ver, ya desde la playa el espray que escapa de la cresta de las olas en su punto álgido, arrancado de las mismas por el viento de tierra. El sol, en su baja trayectoria invernal, solo contribuye a aumentar su belleza. Pero esto no es todo. La mejor sensación fue la de estar esperando mi ola y ver y oír ese mismo espray desde el punto de espera. Desde atrás. Me encantaría poder haber grabado esa sensación de alguna manera en la que pudiese transmitirla, porque grabada esta, a la perfección, en mi mente, pero una vez más es imposible de describir. El sonido del agua al ser arrancada de la ola, al caer de nuevo sobre el mar, al caer sobre mi cara. Solo recordarlo me arranca una sonrisa de la cara. Alguna vez, tras haber remado para coger una ola, y sin haberlo conseguido, al caerme el agua pulverizada encima, imaginaba al mar riéndose de mi, poco más que escupiéndome, como un niño pequeño haría, con la lengua entre los labios. Será mamón.

16 diciembre 2008

Vacaciones

Cerramos por vacaciones, temporalmente, algunos días.

Vacaciones de invierno, vacaciones de nieve y mar.

Un surfista se dirige al agua en algún lugar de Dinamarca

29 noviembre 2008

Surf

Es difícil de describir. Las sensaciones, las emociones, los sentimientos son siempre difíciles de describir. En muchas ocasiones, es sencillamente imposible describirlos si la persona que te escucha no los comparte en cierta medida. Es como si la comunicación fuese incompleta, si el emisor y el receptor no están sincronizados. Es difícil de describir.

El primer vistazo al mar por la mañana fue impactante. No puede ser. Ayer el mejor día de windsurf de mi vida y hoy, este mar. Cojo las llaves y salgo de casa. Tengo que verlo de cerca. Llego a la playa y el pulso se me acelera. No puede ser. No puede ser.

En casa de nuevo. Desayuna. Desayuna, que no has comido nada. El mar no se va a ir a ningún sitio. ¿Como? ¿Seguro? ¡Desayuna joder! Vale, voy. Esto hay que hacerlo con calma. Si, tienes razón. Tengo que comer algo antes de meterme ahí.

Cera. Tengo que poner cera a la tabla. Es la primera vez que lo hago. No puede ser muy difícil. En la parte de atrás tengo un grip, así que solo voy a extender la cera en la zona en la que apoyaré el pie delantero. Doy unas cuantas pasadas. Si, con esto bastará.

En la playa me dirijo hacia el sur. Es ahí donde se concentran todas las olas, aunque hoy están rompiendo prácticamente en toda la bahía. Estoy solo en la arena. Algunos humanos paseantes me observan con curiosidad. En el mar, tan solo un grupo de gaviotas y un cormorán.

Conozco bien la bahía. Jamás me he metido en ella con una tabla de surf, pero la conozco bien. Se donde hay rocas, se hacia donde va la corriente. Aun así, al entrar, la primera sensación fue -espero no haber elegido un día demasiado grande para ser la primera vez-. Me sentía un poco incomodo llevando una tabla atada a mi tobillo. Me sentía incomodo intentando pasar esas olas con una tabla que podía golpearme sin piedad al primer revolcón. Es muy diferente a meterme solo, sin tabla, sabiendo que puedo pasar las olas por debajo sin ningún problema. Me costó un buen rato acostumbrarme a esta nueva sensación.

Un momento de calma. Las olas han cesado y me dan un par de minutos hasta la siguiente serie. Aprovecho para tumbarme sobre la tabla por primera vez. Nueva sensación. Es mucho más inestable de lo que esperaba. Evitar que la punta se hunda es fácil. Un poco más atrás. Evitar el balanceo lateral es más complicado. No hay tiempo. Ahí vienen otra vez. Sujeto en corto la tabla por el invento y la dejo detrás, apuntando hacia la orilla. No quiero que esté entre la ola y mi cuerpo. Me sumerjo, llevando la tabla conmigo. Seguro que no es la manera más eficiente de pasar una ola, pero al menos me he ahorrado un revolcón.

Todavía hago pie. Sigo entrando. La mayoría de las olas por debajo. Todavía vienen rotas. Otra pausa. Venga, arriba. Esta vez vamos a remar. Por muy mal que lo haga seguro que avanzo más que andando. Me sigue sorprendiendo el balanceo lateral. Acostumbrado a remar sobre mi tabla de windsurf, esto me parece sorprendentemente inestable. Con lo fácil que parecía. Poco a poco le voy pillando el truco. Ahora dobla las rodillas, los pies arriba. No los arrastres en el agua.

Llega un momento en el que empiezo a pasar las olas por arriba. Me acerco a donde rompen. Ya no hay espuma, tan solo esas maravillosas montañas de agua que surgen de la nada y avanzan hacia ti. La sensación, la sensación es indescriptible. Sientes como te elevas. Sientes la energía de la ola. Sientes como el mar te pasa por debajo, indiferente, como diciendote con educación -esta no es para ti, chaval-.

Me empiezo a dar cuenta de que esto cansa más de lo que esperaba. He remado lo suficiente. Para coger las olas más grandes debería entrar mas, pero creo que aquí estoy bien para ser la primera vez. Me incorporo e intento sentarme en la tabla. Rediós, esto también es más complicado de lo que esperaba. Se me hunde la punta, balanceo lateral. No me da tiempo a centrarme cuando, lo que a mi me parece un monstruo marino, sale de la nada y viene hacia mi. Esta es de las gordas, de las que nacen más adentro. Me cago vivo. Me bajo de la tabla, vuelvo a sujetarla en corto por el invento y me sumerjo cual cobarde. Los dos tenemos muy claro quien manda aquí.

A duras penas hago pie cuando el mar esta en su punto más bajo. Como he visto que todavía no controlo demasiado el estar sentado, me quedo flotando, con la tabla apuntando a la orilla, listo para subirme en cuanto venga la primera ola aceptable. Me encanta como el mar parece tranquilizarse de vez en cuando. Ahora tan calmado, en breve de nuevo vivo y en movimiento. Otra serie comienza a alzarse.

Esta es la mía. Esta la voy a pillar y no voy a intentar levantarme. Tan solo quiero cogerla y dejarme arrastrar hasta la orilla para sentir la tabla. Aquí viene. Rema. Rema. ¡Rema! ¡Ya esta! ¡Que fácil es con una tabla joder! ¡Geniaaal! La caída es brusca. Estas olas rompen rápido, y prácticamente todo el labio lo hace de manera simultanea. En un instante estas abajo, siendo empujado por la espuma. No esta mal, no esta mal.

Un longboarder con su tabla y un precioso día de otoño

Otra vez a dentro. Esta vez viene una buena serie. El mar parece divertirse dificultándome el acceso. El me deja jugar, pero él también se divierte. Primero andando y por debajo. Luego remando y por arriba. Después de unos minutos vuelvo a estar en el punto de espera. Vuelvo a colocarme en mi posición inicial. No me ha ido mal del todo: la tabla orientada hacia la orilla y yo flotando al lado. Aquí viene. Esta vez voy a intentar ponerme de pie. Aquí viene. Rema. Rema. ¡Rema! Allá-voooy-yujuuu-venga-ahora-arribaaa. La punta se sumerge en el agua, la tabla se frena y desaparece debajo de mí. Yo doy una voltereta hacia delante y aterrizo en el preciso momento y lugar en el que la ola descarga toda su potencia. Revolcón, lavadora, wipeout, llámalo como quieras. ¡Mola! ¡Mi primera caída! ¡Mi primera caída! Sigo debajo del agua y lo primero que pienso es que hay una tabla, atada a mí, dando tumbos como una loca por aquí cerca, y lo primero que imagino es a la tabla dándome un terrible golpe en la nuca. Me enrosco, y con los puños cerrados y los antebrazos juntos, me cubro la cara, la cabeza, y hasta la nuca si puedo.

Este curioso proceso se repetirá un par de veces, tan solo interrumpidas por alguna caída extra producida por poner los pies, tanto el delantero, como el trasero, en zonas de la tabla en las que no había puesto cera, con el consecuente resbalón. Cagüentó. La próxima vez no me pasará. Pienso poner cera hasta que la tabla parezca un cirio pascual. Ahí viene de nuevo. Ahí viene. Dioooos esta es giganteee. Rema. Rema. ¡Rema! Remaaa-allá-voooy-yujuuu-venga-ahora-arribaaa. Esta vez si. ¡Esta vez si! ¡Estoy arriba! ¡Estoy de pie! ¡Estoy haciendo surf!

Estoy haciendo surf...

Estuve en el agua algo más de dos horas. Cogí unas quince olas. Perdí cinco, que no pude coger a pesar de haber comenzado a remar. Me puse de pie siete u ocho veces. Me caí el resto. Las olas más grandes debían medir metro y medio, pero yo me sentía como Greg Noll la primera vez que remó en la bahía de Waimea.

¿Cuando fue la última vez que hiciste algo por primera vez? Tengo veintinueve años. Estoy haciendo surf. Yo solo, mi tabla, el mar, un grupo de gaviotas, y un cormorán.

26 noviembre 2008

Trabucador

Demasiado pronto para ser sábado. Demasiado pronto para no tener que trabajar. El despertador suena a las siete de la mañana y todavía es de noche. Preparo unos bocatas, me tomo un vaso de leche, monto el material en el coche y salgo al encuentro de Javi y de Nacho. No nos conocemos, por lo menos no en persona. Tan solo virtualmente. Nos une una pasión y un foro de windsurf.

Ellos viajan juntos en un coche con remolque, en el que llevan todo el material. Yo les sigo con mi tabla en el techo. A los pocos minutos, el esperado viento hace acto de presencia y yo me pregunto que será lo primero en salir volando, mi tabla, o directamente el techo arrancado del coche. Tras poco más de una hora llegamos a la playa de Trabucador.

Ya hay un par de grupos de windsurfistas empezando a descargar los coches. El viento es brutal. Yo ya doy por sentado que con mi única vela de 6.5 no voy a poder hacer nada. Alguien saca un anemómetro y lee medias de 28 nudos con rachas de 36. Nos acercamos a un grupo a preguntar y resultan ser los valencianos con los que habíamos quedado, también conocidos virtuales. ¡Genial!

Los que comienzan a montar algo están sacando velas de cuatro, cuatro con dos y poco más... Que la previsión no iba a aguantar, decían... Seguimos flipando con el viento mientras decidimos que hacer. Bueno, el que tiene que decir algo es Javi, pues Nacho y yo con nuestras velas de 6.5 metros cuadrados tenemos clarísimo lo que vamos a hacer hoy: hacer fotos y poco más. Javi comienza a montar una 3.5 que había traído por aquello de no dejarla sola en casa, pero con la que jamás se hubiera imaginado planeando.

Los primeros en entrar, dos de los valencianos, que a duras penas consiguen dominar el material mientras avanzan hacia el agua. El resto nos congregamos en la orilla para ver las evoluciones de los dos pioneros. Tras un poco de lucha, uno primero, y el otro, segundos después, logran ponerse en pie y avanzar unos cientos de metros, bastante descontrolados. Yo flipando. Mientras tanto Javi tiene su material listo y se dirige hacia el agua, peleando contra el viento. Como antes los valencianos, después de unos minutos de lucha, se pone de pie, pero esta vez, al llevar una vela de menor superficie, y al contrario que nuestros compañeros, sale disparado como alma que lleva el diablo, ¡pero totalmente controlado! O eso nos parece a nosotros desde la orilla...

Bueno, ya son tres en el agua, y parece que se ha abierto la veda. Cada vez más y más velas llenan el agua. Aun sigue viniendo gente a preguntar que velas se están montando y todo el mundo se va con cara de "puf, que remedio, vamos a ver que pasa..." y es que el día "esta muy grande". Nacho y yo pasamos hora y pico, que se paso volando, de aquí para allí, hablando con la gente y echando algunas fotos, hasta que Javi salio del agua diciendo que iba a cambiar de vela, que con la tres y medio ya no tenía potencia, y es que el viento parecía haber bajado en intensidad. Amablemente nos dejo la vela a nosotros, mientras el iba a comer algo y a montar la cuatro y pico, así que la montamos en la tabla de Nacho y nos fuimos al agua, con cierto respeto, todo sea dicho.

Varios windsurfistas aparejan sus velas aquel día en el delta del Ebro

Por segunda vez el viento parecía decaer, pero fue un falsa alarma que duró quince minutos. La gente ya estaba pensando en montar velas de cinco y pico cuando el viento volvió a subir. Creo que alguno si llegó a montarla, pero Nacho y yo seguimos con nuestra tres y medio planeando y dando gritos de felicidad hasta el último momento. Es lo bueno de pesar poco y de tener una tabla con mucho volumen...

Jamás en mi vida había navegado con tantísimo viento, pero descubrí que con el material adecuado, es tan fácil como cualquier otro día. Obviamente no es un día para empezar, ni con material adecuado, ni sin el, pero si tienes un nivel medio, es una maldita pasada. Con mis setenta kilos, apenas había puesto los dos pies sobre la tabla y ya estaba planeando colgado del arnés. Insisto, una maldita pasada. Como solo teníamos una vela, Nacho y yo nos la turnábamos, haciendo un par de largos cada uno. Realmente esto nos vino bien para descansar de vez en cuando, pues aun con vela pequeña y con arnés, uno acababa molido. En un momento dado, y tras una desafortunada y brutal catapulta sufrida por Nacho, la botavara impactó en la proa de la tabla ¡partiéndola! Salimos del agua para evaluar los daños, que afortunadamente no resultaron irreparables, nos comimos un bocata, montamos la vela, esta vez en mi tabla, y volvimos al agua.

Un día redondo. Debimos salir del agua una hora antes de que se pusiera el sol. Mientras recogíamos el material vimos llegar a Germán, uno de los valencianos, con el mástil partido por debajo de la botavara. Y es que estos días de viento no perdonan. La última lectura del anemómetro dio medias de 31 nudos y máximas de 41. A las cinco de la tarde. Así que tuvimos viento para dar y regalar. Un día de windsurf genial. Cinco horas en el agua y una sonrisa indeleble de oreja a oreja que me va a durar el resto de la semana.

Como conclusión, lo primero, que para ser mi tercer día de windsurf desde mi vuelta al mismo, me siento muy cómodo en el agua. Que he descubierto que con mi tabla de 3.10 metros y 140 litros, puedo navegar perfectamente y disfrutar con esas condiciones de viento y mar. Esta tabla es un cañón. Mas, que navegar en grupo ha sido una experiencia genial. El ambiente, inmejorable. Todos sabemos a lo que vamos, todos disfrutamos del mar y todos lo respetamos. Y por último, que tengo que empezar a plantearme seriamente el comprar otra vela más pequeña, y en el futuro una tercera todavía más pequeña, para poder navegar con una gama de vientos más amplia, porque si Javi no nos llega a dejar su 3.5, me hubiera perdido el mejor día de windsurf de mi vida...

24 noviembre 2008

Delta

Hay rumores, se escucha, dicen... que el sábado de buena mañana un grupo de windsurfistas valencianos viajará al norte para navegar en el delta del Ebro. Gente que se conoce, gente que no se conoce, gente que comparte una pasión. Dicen que el viento vendrá desde tierras cántabras, recorriendo todo el valle del Ebro, dicen... Seguiremos informando. O no...

19 noviembre 2008

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